Restablecimiento de la función paterna en el caso de un padre internado por demencia degenerativa
por Alejandro Zarankin.Alejandro Zarankin comparte el caso de una mujer adulta que a partir del modelo de Terapia Vincular-Familiar logró recuperar su lugar de hija y que se restablezca la función paterna con un padre sumamente debilitado, internado en un geriátrico con un estado avanzado de Alzheimer. Este caso es sumamente representativo del trabajo de significación de la figura paterna que se realiza desde la Terapia Vincular-Familiar.
Luisa (40 años), es maestra de grado y madre de dos hijos, de 8 y 5 años. En la primera sesión expresó su profundo dolor porque Julio (43 años), su esposo y padre de sus hijos decidió separarse de ella. Hacía tiempo que él venía manifestando su intención de terminar la relación. Ella intentó convencerlo de que cambiara su decisión, llegando al extremo de seguir con el matrimonio sin importarle que él tuviera otra relación en curso. Sin embargo, Julio terminó conviviendo con su nueva pareja. El motivo de la consulta que propuso Luisa en su primera sesión fue entender qué había hecho mal ella para poder solucionar el error y, de esta manera, recuperar a Julio. Una de las primeras intervenciones fue transformar este motivo de consulta. La propuesta fue entender cómo es que había llegado a esa modalidad de relación.
Luisa reparó en que esa forma de vínculo estaba instalada desde el principio. Ya en el inicio de la relación, a poco de casarse, convivir y ser padres, ella asumía la mayoría de las tareas domésticas en el hogar y se adaptaba a lo que él decidiese. Incluso si no estaba de acuerdo, para no pelear acomodaba su criterio. En cada decisión que fue necesario tomar, Luisa se adaptó a las decisiones de Julio: dónde comprar la casa para vivir, los gustos culinarios, las salidas, los horarios, las rutinas. Muchas veces coincidían, pero otras tantas Luisa anulaba su intuición o su deseo en pos de los designios de su marido.
Habiendo transcurrido dos sesiones iniciales, el objetivo que se acordó fue cambiar, o al menos flexibilizar esa dinámica de relación, ya no como pareja pero sí en sus acuerdos como padres. Esto apuntaba a reubicar a Luisa en un lugar de mayor preponderancia a la hora de tomar decisiones parentales.
Ella seguía sosteniendo la mayor carga de actividades de los hijos en común. Y, según manifestó, si la pareja se terminaba definitivamente, quería también encarar el divorcio y la división de bienes para dejar de depender de Julio. Mientras la situación matrimonial continuase en una zona gris indefinida, Luisa se encontraba a merced de su esposo, y él aprovechaba eso para continuar tomando solo la gran mayoría de las decisiones de relevancia: días y horarios en que veía a los hijos, manutención e indefiniciones sobre el divorcio.
Dado que esta dinámica se impuso desde un principio, se indagó cómo era la modalidad vincular-familiar de origen. Tal vez Luisa repetía estructuras familiares heredadas. Más allá de que esta hipótesis se corroborase, o no, era un buen punto de partida para contextuar como llegó a adquirir esa modalidad vincular con Julio. Se le propuso entonces rastrear cómo era el vínculo familiar con sus padres.
La madre de Luisa era docente y había fallecido una década atrás. Su padre, comerciante, estaba internado en un geriátrico con un trastorno de Alzehimer avanzado. Ella recordaba que su madre no dejaba mucho espacio a su padre en cuestiones económicas y decisiones domésticas. El padre le daba su sueldo a la madre y se quedaba a un costado de cualquier decisión. Recordaba que desde niña la madre le era confidente de las decisiones económicas. Sin embargo, a pesar de que era quien tomaba las decisiones, siempre lo hacía de una forma tácita, resguardando la imagen de un padre que en apariencia decidía todo. A Luisa esta situación le parecía injusta. Ver que era su madre quien se esforzaba en la planificación y ejecución de la mayoría de los proyectos y tareas cotidianas, para que su padre terminara recibiendo el crédito. Recordaba que durante su adolescencia hubo discusiones conyugales frecuentes. Tenía la impresión de que los padres funcionaban mejor como padres que como pareja, no dejaban ver el cariño entre ellos, y mucho menos el erotismo.
Luego de revisar su historia familiar, Luisa se reconoció repitiendo estos patrones, estar en la misma posición que su mamá, en un lugar de mucho esfuerzo y poco reconocimiento de Julio frente a sus hijos. Se trabajó con ella que la primera que debía ponderar a su madre era ella misma. Dejar de juzgarla por no haber podido hacerse valer ante la mirada familiar. Se le propuso expresarle psicodramáticamente a su madre ya fallecida, escenificando en un diálogo el dolor que esa situación le causaba y cómo la juzgó en soledad.
Luisa experimentó un alivio importante con este ejercicio. Sin embargo, la elaboración estaba incompleta, faltaba comunicarle a su padre esa situación filial y conyugal, además de su interés en revertirla. Ella se opuso aduciendo que, debido al Alzehimer, su padre no la entendería. No obstante, se trabajó para que no renunciara antes de haberlo intentado. Más allá de que entendiese conscientemente o no, era importante que Luisa tuviera la intención y la actitud de contárselo. Intentar contar con él. No era necesario que él le aportara un consejo adecuado, era sólo hacerlo participar de su vida, de la parte de su historia que nunca supo y de sus problemas actuales. De esta manera, reducir su sensación de soledad, que dejara entrar a su padre y no se preocupara de lograr un objetivo específico, o una respuesta específica.
Luisa quedó preparada entonces para no frustrarse si el padre en ese momento no lograba estar consciente. También, que era adecuado como hija hacerlo participar en la crisis conyugal en la que estaba, ya que hasta ese momento el padre ni siquiera sabía que estaba separada. El resultado fue bastante sorprendente para Luisa. Aunque en sus últimas visitas el padre había tenido una total ausencia y desorientación espacio temporal, ese día, mientras ella le contó las vicisitudes de su crisis de pareja, él la pudo escuchar atentamente. Le dijo que no aflojara, que no se dejara amedrentar, en definitiva, le mostró su respaldo de padre. Ese día, y en los días subsiguientes, Luisa visitó a su padre y pudo constatar que estaba más lúcido, casi como si hubiese rejuvenecido. Las enfermeras que lo cuidaban también le comentaron que lo vieron mejor los días que siguieron a esta confidencia.
Por otro lado, Luisa comenzó a sentirse más segura, confiada. Esa confianza le permitió cuestionar con más firmeza a Julio. Empezó a proponer su propia visión ante las situaciones que los convocaban como padres, y Julio fue incluyendo varias de sus decisiones. Los días en que Julio visitaba a los hijos se volvieron más regulares, lo que le permitió a Luisa organizarse mejor, hacer más eficiente su rutina. Paulatinamente ella fue aceptando que no podía cambiar a Julio, sólo podía acomodarse a él o soltarlo como pareja y así poder hacer su propia voluntad. Esta aceptación repercutió positivamente en su autoestima. Conforme Julio iba respetando más su decisión, los hijos también comenzaron a ser más dóciles en la guía parental.
Se trabajó mucho con Luisa para que siguiese poniendo al tanto a su padre de los pormenores de sus acuerdos parentales con Julio. Además, se le propuso que le compartiera la elaboración que había tenido con la madre. Sin embargo, muchas veces ella rehuyó continuar dándole el lugar de padre a su padre. A menudo, al visitarlo, lo encontraba desvariando o en una actitud regresiva e infantil propia de la demencia degenerativa. Sin embargo, con mucho respeto, se le propuso a Luisa que insistiera con cuidado, en convocarlo, en contarle que seguía siendo útil para ella, que le daba confianza saber que él sabía por lo que estaba pasando, a lo que se tenía que enfrentar. Sincerándole a su padre que también incluía a su madre, desde el recuerdo, en estas conversaciones. Cada vez que Luisa se animó a confiarle a su padre sus sentimientos de incertidumbre se sintió luego más confiada y pudo dar un paso adelante con Julio, haciendo valer su intuición de madre en la guía familiar. Muchas veces, en sus visitas, sorprendentemente el padre salió de su desconexión y la escuchó atentamente, incluso algunas veces la aconsejó con mucha claridad. En otras el resultado fue menos espectacular y ella sólo sintió que el padre la escuchaba, a veces casi sin estar ahí. Hubo veces que las conversaciones con su padre fueron un monólogo de ella. En esos casos hubo que apelar a confiar, que, a pesar de todo, la confidencia llegaba igual.
En todas las oportunidades en que Luisa se animó a avanzar con su padre el efecto fue de más confianza en ella. En cambio, cuando ganó en ella el orgullo de querer arreglárselas sola frente a Julio y no confiarle al padre lo que le pasaba, retrocedió en su confianza ante su esposo. Hubo ocasiones en que triunfaba la desconfianza de que su padre pudiese ayudarla, ya fuera porque lo veía muy desmejorado o desconectado, o porque le ganaba el dolor del recuerdo de que nunca había intervenido realmente en la guía familiar. Sólo aparecía para llevarse el crédito, que en realidad le correspondía a su madre. Se trabajaron varias sesiones en afianzar esta confidencia con el padre, hasta que finalmente se apropió de este recurso, ya sin dejar de utilizarlo cada vez que lo necesitaba.
Conforme Luisa se fue apropiando del hábito de incluir a su padre como respaldo frente al padre de sus hijos, pudo aceptar que la pareja con Julio se había terminado. Desde esta aceptación, logró reposicionarse en un lugar de poder en la toma de decisiones. A partir de entonces comenzó a avanzar en el divorcio y la separación de bienes. También se organizó mucho mejor la crianza conjunta. Y poco a poco, Luisa inició su vida de pareja con otra persona. En este punto el tratamiento fue llegando a su final, Luisa reflexionó que tal vez buscó un marido igual a su padre para “enseñarle” a su madre cómo cambiar a una pareja obstinada y cómo toda rebeldía edípica estaba destinada a fracasar, entendiendo lo difícil o imposible que una tarea como esa puede ser.