Restablecimiento de la Función paterna en un caso de abuso intrafamiliar
Por Patricia Aon
Este caso compartido por la Lic. Patricia Aon, ha sido presentado en el Congreso Mundial de Salud Mental realizado en Buenos Aires en 2019 e incluido en el Libro de Terapia Vincular-Familiar de Claudia Messing y colaboradores editado por Noveduc en el año 2020
Pablo (42 años), un biólogo que se dedica a militar en agrupaciones de protección animal, nos solicitó terapia de pareja para resolver problemas de comunicación con su ex-mujer, con quien vivía el hijo de ambos (11 años). Según refirió, no se entendían, discutían y se peleaban mucho. Dijo estar triste, cansado, muy angustiado, que se sentía incapaz de ser comprendido por su pareja. Y agregó que siempre se había sentido así aunque la angustia se incrementó a partir de la muerte de la madre, un año atrás.
Desde muy pequeño sus padres lo “mandaron a terapia”, según mencionó, por considerarlo un “hijo con problemas de conducta, rebelde, inadaptado, hermético”. Cuando terminó la secundaria se fue de la casa paterna primero para estudiar y luego a vivir solo y muy lejos. Los hermanos hicieron lo mismo y hoy están muy distanciados física y afectivamente entre ellos. Dijo que “lo mejor que pudimos hacer fue irnos”.
La relación con su madre había sido muy buena, consideraba que ella lo amaba, se preocupaba y velaba por él. En cambio, describió la relación con su padre como hostil y distante. Refirió no se sentirse querido por él sino todo lo contrario, criticado y juzgado negativamente. Relató que le desagradaba su forma de hablar, el tono elevado de voz que habitualmente usaba, el machismo de sus expresiones, y que rechazaba su ideología política conservadora y de derecha, así como su intolerancia por sus manifestaciones éticas cargadas de discriminación, sus términos homofóbicos, sus dichos despectivos hacia los psicólogos. Según dijo, “me resultaba fácil mentirle a mi papá porque no te miraba a los ojos”. Trabajamos profundamente con sus vínculos primarios, la comunicación con ambos padres. Así Pablo pudo rescatar el amor del padre hacia su madre, ya que no se apartó de su lado en los diez años de convalecencia producto de la enfermedad de ella, que desembocó en la muerte.
En una sesión Pablo mencionó hechos que por vergüenza nunca había revelado a nadie, ni siquiera a ningún terapeuta, a pesar de saber que esas situaciones habían marcado su infancia y su adolescencia. Pero, dijo, ya no soportaba más, no podía ocultar una parte importante de su vida. El secreto era que desde los 11 hasta los 19 años de edad había sido abusado por su hermano mayor de forma sistemática. El recuerdo de esos hechos aparecía muy confuso. Dijo sentir culpa por haber permitido y muchas veces esperado esos encuentros sexuales, y también que por haber participado de esas escenas estaba “marcado”, “manchado”, arruinado de por vida. Además, entendía que se fue de la casa de los padres para escapar de esas situaciones, que la distancia que puso y su negativa a volver estaban signadas por el terror a volver a pasar por esas secuencias con su hermano.
A partir de las entrevistas, Pablo comenzó a darse cuenta de que el enojo que sentía hacia su padre era porque lo culpaba de no cuidarlo de su hermano mayor, por no darse cuenta de lo que estaba pasando entre sus hijos. Lo culpaba por haberlo mandado a tratamiento con psicólogos para que lo interpretaran cuando lo único que necesitaba era que lo comprendiera y lo ayudara, por no haber evitado que tuviera que pasar por esas situaciones traumáticas que le iban a afectar tanto en su vida. Lo culpaba de haber tenido confusiones sexuales y creer que era homosexual.
Entendimos que además de trabajar los recuerdos traumáticos, contextualizarlos y desactivarlos de tanta energía psíquica negativa era necesario comunicarle al padre lo que había sucedido, contarle por qué Pablo había necesitado ir al psicólogo desde los 11 años, los motivos de sus silencios, sus enojos y rebeldías. Entendimos que era el momento de reubicar al padre en el lugar que Pablo necesitaba para poder seguir adelante sin esa carga que lo anclaba al pasado y no le permitía avanzar.
Tomada la decisión Pablo volvió a su pueblo natal, se encontró con su padre y fueron juntos a la playa, frente al mar donde había depositado las cenizas de la madre. Allí, en un encuentro con ambos padres, Pablo pudo relatar emocionado los detalles de su infancia y adolescencia que tanto tiempo habían estado encerrados en su interior.
Luego de esto Pablo nos mandó el siguiente mensaje: “hice todos los deberes, le llevé flores a mamá y aproveché en la playa a hablar con papá, ¡no pudo haber salido mejor!”. También nos compartió el mensaje que le había enviado su padre, que decía “Pa, gracias por el día de hoy. Tengo tantas cosas que agradecerte. Te amo tanto”, y su respuesta: “Yo también te amo hijo. Muchas gracias por seguir confiando en mi”.
Quedó claro que el motivo de consulta, la mala relación con su ex-pareja, fue sólo un motivo que le permitió conectarse y trabajar los traumas con su familia de origen. Pero a partir de esto pudo continuar trabajando en su crecimiento personal, planificando el casamiento con su nueva pareja, viendo la mejor forma de ayudar a su hijo a crecer y aprendiendo a poner límites con firmeza y sin autoritarismo. Al mismo tiempo, aunque sigue enojando con su padre por los mismos motivos de siempre, ya que el padre no cambió su personalidad, los enojos le duran poco porque aprendió a manifestarle su dolor. Dejó de refugiarse en el odio y el rencor y comenzó a sentirse más cerca de él. Y también manifestó Pablo estar dispuesto a dar su testimonio para tratar de ayudar a otras personas a sanar heridas de abuso sexual.
Un caso de abuso intrafamiliar
Resulta sumamente ilustrativo el caso presentado en el Congreso Mundial de Salud Mental realizado en Buenos Aires en 2019 por Patricia Aon, quien lo comparte para este libro.
Pablo (42 años), un biólogo que se dedica a militar en agrupaciones de protección animal, nos solicitó terapia de pareja para resolver problemas de comunicación con su ex-mujer, con quien vivía el hijo de ambos (11 años). Según refirió, no se entendían, discutían y se peleaban mucho. Dijo estar triste, cansado, muy angustiado, que se sentía incapaz de ser comprendido por su pareja. Y agregó que siempre se había sentido así aunque la angustia se incrementó a partir de la muerte de la madre, un año atrás.
Desde muy pequeño sus padres lo “mandaron a terapia”, según mencionó, por considerarlo un “hijo con problemas de conducta, rebelde, inadaptado, hermético”. Cuando terminó la secundaria se fue de la casa paterna primero para estudiar y luego a vivir solo y muy lejos. Los hermanos hicieron lo mismo y hoy están muy distanciados física y afectivamente entre ellos. Dijo que “lo mejor que pudimos hacer fue irnos”.
La relación con su madre había sido muy buena, consideraba que ella lo amaba, se preocupaba y velaba por él. En cambio, describió la relación con su padre como hostil y distante. Refirió no se sentirse querido por él sino todo lo contrario, criticado y juzgado negativamente. Relató que le desagradaba su forma de hablar, el tono elevado de voz que habitualmente usaba, el machismo de sus expresiones, y que rechazaba su ideología política conservadora y de derecha, así como su intolerancia por sus manifestaciones éticas cargadas de discriminación, sus términos homofóbicos, sus dichos despectivos hacia los psicólogos. Según dijo, “me resultaba fácil mentirle a mi papá porque no te miraba a los ojos”. Trabajamos profundamente con sus vínculos primarios, la comunicación con ambos padres. Así Pablo pudo rescatar el amor del padre hacia su madre, ya que no se apartó de su lado en los diez años de convalecencia producto de la enfermedad de ella, que desembocó en la muerte.
En una sesión Pablo mencionó hechos que por vergüenza nunca había revelado a nadie, ni siquiera a ningún terapeuta, a pesar de saber que esas situaciones habían marcado su infancia y su adolescencia. Pero, dijo, ya no soportaba más, no podía ocultar una parte importante de su vida. El secreto era que desde los 11 hasta los 19 años de edad había sido abusado por su hermano mayor de forma sistemática. El recuerdo de esos hechos aparecía muy confuso. Dijo sentir culpa por haber permitido y muchas veces esperado esos encuentros sexuales, y también que por haber participado de esas escenas estaba “marcado”, “manchado”, arruinado de por vida. Además, entendía que se fue de la casa de los padres para escapar de esas situaciones, que la distancia que puso y su negativa a volver estaban signadas por el terror a volver a pasar por esas secuencias con su hermano.
A partir de las entrevistas, Pablo comenzó a darse cuenta de que el enojo que sentía hacia su padre era porque lo culpaba de no cuidarlo de su hermano mayor, por no darse cuenta de lo que estaba pasando entre sus hijos. Lo culpaba por haberlo mandado a tratamiento con psicólogos para que lo interpretaran cuando lo único que necesitaba era que lo comprendiera y lo ayudara, por no haber evitado que tuviera que pasar por esas situaciones traumáticas que le iban a afectar tanto en su vida. Lo culpaba de haber tenido confusiones sexuales y creer que era homosexual.
Entendimos que además de trabajar los recuerdos traumáticos, contextualizarlos y desactivarlos de tanta energía psíquica negativa era necesario comunicarle al padre lo que había sucedido, contarle por qué Pablo había necesitado ir al psicólogo desde los 11 años, los motivos de sus silencios, sus enojos y rebeldías. Entendimos que era el momento de reubicar al padre en el lugar que Pablo necesitaba para poder seguir adelante sin esa carga que lo anclaba al pasado y no le permitía avanzar.
Tomada la decisión Pablo volvió a su pueblo natal, se encontró con su padre y fueron juntos a la playa, frente al mar donde había depositado las cenizas de la madre. Allí, en un encuentro con ambos padres, Pablo pudo relatar emocionado los detalles de su infancia y adolescencia que tanto tiempo habían estado encerrados en su interior.
Luego de esto Pablo nos mandó el siguiente mensaje: “hice todos los deberes, le llevé flores a mamá y aproveché en la playa a hablar con papá, ¡no pudo haber salido mejor!”. También nos compartió el mensaje que le había enviado su padre, que decía “Pa, gracias por el día de hoy. Tengo tantas cosas que agradecerte. Te amo tanto”, y su respuesta: “Yo también te amo hijo. Muchas gracias por seguir confiando en mi”.
Quedó claro que el motivo de consulta, la mala relación con su ex-pareja, fue sólo un motivo que le permitió conectarse y trabajar los traumas con su familia de origen. Pero a partir de esto pudo continuar trabajando en su crecimiento personal, planificando el casamiento con su nueva pareja, viendo la mejor forma de ayudar a su hijo a crecer y aprendiendo a poner límites con firmeza y sin autoritarismo. Al mismo tiempo, aunque sigue enojando con su padre por los mismos motivos de siempre, ya que el padre no cambió su personalidad, los enojos le duran poco porque aprendió a manifestarle su dolor. Dejó de refugiarse en el odio y el rencor y comenzó a sentirse más cerca de él. Y también manifestó Pablo estar dispuesto a dar su testimonio para tratar de ayudar a otras personas a sanar heridas de abuso sexual.