Diferenciación de las obsesiones paternas a partir de la entrevista vincular-familiar. 

Por Patricia Aon

 

Este caso que comparte la  Lic. Patricia Aon ha sido sido incluido en el libro de Terapia Vincular-Familiar de Claudia Messing y colaboradores (Noveduc, 2020) y presentado en el Congreso Mundial de Salud Mental realizado en Buenos Aires en noviembre de 2019. Muestra una vez más el valor de las entrevistas con los padres en los procesos terapéuticos. Cómo en este caso un joven pudo despegarse, diferenciarse, de las obsesiones y emociones traumáticas vividas por su padre a partir de la entrevista vincular-familiar.

 

Lucas tiene 23 años, estudia Economía, trabaja en la empresa de sus padres, juega al básquet profesionalmente y está de novio hace un año. Pidió ayuda terapéutica porque, dijo, “yo tengo algo adentro que nunca conté, hace cuatro años se me metió un pensamiento en la cabeza que no me deja en paz, me da vergüenza decirlo, traté de apagarlo, pero cuanto más lo intentaba más me aparecía la pregunta, ¿no seré gay?”. Desde ese momento Lucas comenzó a atormentarse, “tengo algo adentro que traigo de los antepasados, tengo miedo a que a mí me toque ser gay”, repetía.

Relató que desde los 16 hasta los 19 años de edad se “metió mucho en la religión”, participaba de un grupo de vida apostólica dedicado a la evangelización. En ese período, dijo, “me fui alejando de mis amigos, iba a misa todos los días, Dios me prohibía tener relaciones sexuales o masturbarme, todo eso era pecado para mí. También empecé a pensar en el llamado al sacerdocio pero me asusté de ser sacerdote y me alejé”.

Lucas relató la siguiente secuencia de eventos significativos que marcan bisagras en su vida: “cuando era chico era un demonio, le hacía bullying a mis compañeros”, luego fue bueno, “vivir con Dios porque Dios era el camino que había que seguir para ser feliz”, y ahora “se me metió el pensamiento en la cabeza… ¿no seré gay?”.

En las primeras sesiones trabajamos sobre su idea obsesiva, sobre cuándo, dónde, en qué situación apareció, la ubicamos en la cadena simbólica de sentido para aliviar el padecimiento psíquico. Pero la verdadera y profunda mejoría a su sufrimiento se produjo luego de una sesión vincular con el padre. En esa ocasión Lucas, entre llantos, pudo contarle a su papá lo que le estaba pasando, su “calvario”, la “pesada cruz” que significaba para él tener esa pregunta instalada en su interior. Su padre se conmovió, lo abrazó, lo calmó y le dijo que él también había pasado por una experiencia religiosa similar cuando estuvo pupilo de los 18 a los 22 años para ser primero seminarista y luego sacerdote. Habló de la íntima lucha que debió librar cuando tuvo que decidir entre el sacerdocio o el amor de una mujer y la construcción de una familia. Relató que aún hoy le da vueltas en la cabeza si hizo bien o mal en renunciar al sacerdocio.

El momento de mayor impacto para Lucas fue cuando el padre reveló algo que había mantenido en secreto porque no creía que fuera digno de contar a sus hijos. Dijo “yo también estuve mucho tiempo de mi vida perturbado por una idea que no me dejaba en paz, ¿no seré pedófilo?” Esta fue una idea con la que luchó utilizando los recursos de la religión, la oración, la confesión y el sacramento de la comunión. Dicha representación pudo ser producto de un contexto de encierro en una institución total –es decir “de residencia o trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un periodo apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente” (Goffman, 1971: 13)– sospechada de pederastia y abusos sexuales. Si bien el papá aseguró no haber visto ni vivido situaciones reales de abusos, se trataba de una fantasía situada en este entorno específico. Posteriormente a ese encuentro vincular le pregunté a Lucas cómo se sintió, qué pasó luego de venir a terapia con el padre y contestó, casi con exaltación, “mi cabeza se liberó, volví a tener ganas de hacer las cosas, me volvió la alegría. Ya lo entiendo, ya no me tortura, no me da miedo, sé cómo llevarlo”.

De esta manera Lucas pudo conectar que muchas de las cuestiones que le sucedían tenían más que ver con la historia de su padre que con la propia; entendió, entre otras cosas, que se trataba de una repetición de aquellas situaciones traumáticas que su padre no había podido elaborar. Se abrió así una comunicación profunda entre padre e hijo, se produjo un acercamiento emocional y afectivo que permitió, paradójicamente, la diferenciación. El hijo se acercó al padre para conocerlo/se, saber la historia, para entender el sentido de su sufrimiento, y también para incorporar la protección, el amor y la fuerza que brinda un padre. Simultáneamente se produjo la devolución de lo que es patrimonio del padre, de lo que tiene sentido en la vida del padre pero no lo tiene en la vida del hijo. Aún queda mucho por trabajar con Lucas pero fue el mejor de los comienzos para un joven en simetría con su padre (Messing, 2007).http://terapiavincularfamiliar.com/?page_id=1473